¡Eh usted! ¡Respete esa rama, animal! de José Luis Sampedro.-

Las ráfagas de viento alpino estremecen de frío a los pobres árboles ciudadanos, con sus troncos ceñidos al pie por el hielo de los alcorques. El viejo imagina la sangre de sus venas con las mismas angustias de la savia para seguir subiendo tronco arriba. Pero más le duelen los golpes que sacuden el jardín como paletadas de sepulturero; hachazos cuya torpeza acaba excitando su cólera labradora. ¡Qué desastrosa manera de podar! Se ha vuelto de espaldas para no verlo. Calla el hacha y el viejo procura pensar en otra cosa, pero lo que asalta su mente no calma su irritación, sino al contrario. Renato no tiene arreglo; está domado. Tras su grito de la otra noche ha vuelto bajo el yugo de Andrea. Parece incluso arrepentido: ayer llamó ella por teléfono anunciando su retraso para cenar, a causa de una reunión académica prolongada, y Renato asentía mansamente: -Sí, yo le bañaré y le daré la cena... Sí, le acostaré; no te preocupes, amor... Ella continuaba, prolija como siempr